Pero Orugario hoy no
es machista, hoy es intolerante.
Orugario una vez
salio con una chica a tomar algo, y en medio del tomar algo, a la señorita se
le ocurrió preguntarle a él de que signo era.
Algo contrariado por la
pregunta, respondió que era de libra, a lo cual la mencionada señorita contesta
con una serie de deducciones respecto de la afinidad entre el signo de Orugario
y el suyo propio, calculando variables en cuanto a la personalidad de ambos y,
si bien no lo dice en voz alta, decidiendo si son compatibles o no.
Pero por suerte
Orugario le ahorra el trabajo (arduo podemos imaginar, calcular la cantidad de
variables que afectan el movimiento estelar debe ser una labor hercúlea).
Nuestro protagonista ya decidió, casi al escuchar la pregunta inicial, que esta
chica es una idiota. Sentimiento contrario al que venía teniendo, ya que le
parecía un ser bastante interesante. Pero Orugario ya está decidido.
"Esta boluda
piensa que por que el sol estaba en algún lugar en particular el dia que nací
ya puede deducir como fue mi vida... pobre idiota". Un rato más de charla
para disimular, un bostezo poco escondido seguido de una disculpa exagerada y
una explicación para el acto que nadie pidió y listo, cada uno a su casa. Libertad.
Es recién días
después que Orugario vuelve a ese recuerdo y se choca con algo que lo
incomoda.
Y está bien que lo
incomode, porque Orugario se precia de ser un tipo razonable que trata de
llevar todas las situaciones al terreno de lo lógico, y recién acaba de caer en
la cuenta de que concluyó que la señorita era una idiota por lo que creía,
cuando él, desde su nacimiento predica su catolicismo, y mal que le pese, tiene
las mismas evidencias para sostener sus creencias que Doña Horóscopo tiene para
sostener las suyas.
Entonces Orugario
toma una decisión, drástica como a él le gustan, pero comprometida con su modo
de ser (o el modo que le gusta proyectar al menos): o deja de pensar que el
horóscopo es una imbecilidad o se replantea el por qué cree en dios y todo lo
predicado en su religión.
Resulta ser que es
imposible dejar de pensar que el horóscopo es una imbecilidad justamente porque
lo es, entonces Orugario finalmente encuentra la salida a la crisis de fe que
arrastra hace años y que no quiere conocer.
“La lógica me va a salvar!”.
“La lógica me va a salvar!”.
Y esta es, oficialmente,
la introducción más larga que he hecho para presentar un tema. Hablemos de
esto, juzguemos a Orugario, discutamos su punto y veamos que hay ahí dando
vueltas.
Desde que el hombre
es hombre que cree en cosas sobrenaturales. Tal vez sea para responder de un
modo práctico cosas de las que todavía no tenemos respuestas (o no hemos hecho
las preguntas adecuadas), tal vez sea para facilitar el modo de transmitir un
mensaje, algo así como cuando éramos chicos y le decíamos a nuestros hermanos “Mamá
dice…”. La sola invocación de ese nombre hacía que todo sucediera más rápido,
incluso cuando mamá no había dicho nada (y esta frase de golpe tiene un sentido
increíble que no calculé al redactarla).
Pero vayamos un paso
más atrás. Dijimos que el origen más común para las creencias sobrenaturales es
encontrarle la explicación a algún fenómeno que todavía no entendemos, lo que
implica el ansia, tal vez mucho más humana que la fe, de querer saber. Queremos
saber, necesitamos explicarnos a nosotros mismos el mundo que nos rodea. De acá
surge un concepto que siempre me resultó muy interesante y que Neil Degrasse
Tyson expone perfectamente en estos tres minutos: El Dios de los vacíos.
Básicamente se resume
en que en toda ciencia siempre se encuentra una frontera, y que usualmente ahí
es donde se lo ubica a dios.
En un principio nadie
sabía nada del origen del mundo, por lo que tenemos los distintos génesis para
distintas culturas. La Creación para los judeocristianos, el cuerpo de un gigante
para los vikingos, etc. Miles de años (y descubrimientos después) tenemos a un
señor al que se le ocurrió la idea del Big Bang, y ahí tenemos una nueva
frontera. Entonces, ¿dónde ubica mucha gente a dios? “Y… algo debe haber
generado el Big Bang”. Asumo que eventualmente vamos a saber que paso antes del
Big Bang, y para ese entonces nuestros dioses van a tener que correrse de ahí
también.
Las ciencias son esa
parte interna nuestra que hace miles de años se negó a conformarse con un “Ese
rayo debe ser Thor golpeando con su martillo porque está enojado” (Mjölnir para
los curiosos).
Las ciencias siguen preguntándose,
y no necesitan llenar esos vacíos, cuando son justamente éstos los que las
mantienen vivas. Si ya todo tuviera respuesta, ¿para qué seguir preguntando? Si
mi personalidad está determinada desde el día que nací por la posición de las
estrellas, ¿para qué intentar cambiar lo que no me gusta? Si todo es parte de
un plan divino, ¿dónde queda el libre albedrío? Si creyera esas cosas no haría
nada, ni que mi voluntad tuviera el peso suficiente para desafiar la divinidad
de dicho plan, no hay que ser tan pedante.
Orugario hoy ya
aprendió que no tiene que ser tan taxativo, porque no puede negarle a nadie el
derecho de creer lo que se le cante, pero tampoco tiene pruebas para pensar
otra cosa que no sea lo que se puede evidenciar de modo fehaciente. Orugario
hoy es agnóstico. Y creo que yo también.